FRENTES

Kiki y Ezequiel fueron asesinados a quemarropas el 8 de julio de 2009 en manos de la Policía Federal.


Cuatro años en búsqueda de justicia. Kiki Lezcano y Ezequiel Blanco presentes a fuerza de luchar contra el olvido. El muestrario de la violencia institucional. El gatillo fácil y el paco en los barrios. El autogobierno de las fuerzas policiales. Angelica, madre de kiki, ejemplo inquebrantable es su fuerza y su lucha, su convencimiento. La actualidad de la causa. Campaña, "Yo pido justicia por Kiki Lezcano".

Por el Equipo de Comunicación de la Kiki Lezcano

Jonathan Kiki Lezcano fue asesinado a los 17 años por la Policía Federal, en una ejecución despiadada a quemarropa. Ese es el caso. El mismo destino corrió Ezequiel Blanco, su amigo. Sin embargo, en este título “estilo-telegrama” no caben todas las lacerantes verdades que dan cuerpo a esa mera frase. Por ejemplo, que Jonathan Lezcano había logrado salir de la adicción al paco y por esto, lo condenaron a ser todo el tiempo perseguido por las hienas uniformadas; que luego de matarlo, mantuvieron su cuerpo desaparecido durante dos meses; que la carpeta de los sucesos cayó sobre el regazo de un juez que sobreseyó y libró de culpa y cargo al asesino confeso de los dos jóvenes, y mandó a la familia de Kiki a reconocer en la morgue judicial un cuerpo que, unos días antes, él mismo había dado la orden de enterrar como NN en una fosa sin identificación en Chacarita. Y por si quedaba algún espacio sin llenar de la bilis de la rabia y la impotencia, tenemos la misteriosa aparición de un video filmado por los autores del crimen (varios policías) que muestran a Kiki agonizando mientras es insultado y humillado por los asesinos “al servicio de la comunidad”. El sadismo de esta pieza hace que cualquiera que tenga una fibra de decencia apriete los dientes y sienta al estómago revolverse y escupir adjetivos e insultos. Nada de todo esto entra en el relato oficial. Tampoco que Kiki fue ejecutado con dos tiros en la cabeza. O que Angélica, su madre, aún guarda los botines embarrados del último partido de fútbol de su hijo. “Las ropas que debían analizarse en la pericia se perdieron en una inundación”, dicen loros de la Federal en sus testimonios. La frase es verídica y pega como una bofetada. Como un insulto que alimenta la ira, que hace que suden palmas y se anuden gargantas. La causa se ensucia, hay muchas cabezas operando, muchos engranajes que comienzan a moverse, casi por automatismo. Y es que cuando hablamos de Gatillo Fácil, tenemos que hablar de amparo para los verdugos, construcción de consenso para el homicidio institucional, y una justicia que no se guía por el precepto de “hacer el bien sin mirar a quién”. Sino más bien, todo lo contrario. Las novelas policiales se invierten en la realidad de los barrios pobres. El aparato de “seguridad” está compuesto por villanos que trascienden cualquier estereotipo. Los buenos reman solos contra mares. Los pibes mueren. Y los asesinos usan chapa.

Descifremos a las cifras: Hay, en promedio, "un muerto por gatillo fácil cada 28 horas" de los cuales, "un 53% son jóvenes pobres menores de 25 años", afirma la CORREPI. El autogobierno de las fuerzas de seguridad produce la sistematización de una matanza selectiva, y se sobrepone a las “purgas” y otras medidas de saneamiento: la lógica del gatillo fácil es una cuestión estructural de este andamiaje, en todas las provincias, en todos los territorios. 

Todo se sostiene por una red infalible. Los tranzas lanzan el mortífero paco, protegidos por la policía, que se vale de la adicción de los y las jóvenes pobres en función de obligarlos a delinquir para su propio beneficio. Les dan armas y les aseguran la salida rápida de la comisaría. Si se niegan, si hacen las cosas mal, si buscan recuperarse de su adicción (como hizo Kiki), estos pibes se convierten en víctimas. 

Como se suele decir, al gatillo fácil le sigue el sobreseimiento fácil, por parte de un aparato judicial que es arte y parte en este entramado. Una forma habitual de deshacerse de la incomodidad que genera un policía que está “hasta las manos”, es reubicarlo en otra fuerza de seguridad, o en otro territorio o jurisdicción, como hace la Iglesia con los curas pederastas. Para terminar de conformar el armado, se apuntan todas las armas mediáticas hacia la reproducción del consenso social para el gatillo fácil, que se logra estableciendo al negro villero, al pibe de gorrita, como el enemigo público responsable de la inseguridad que “nos amenaza a todos”. Susana Giménez no lo sabe, pero en su célebre frase “El que mata tiene que morir” ha encarnado, con una precisión que en general le es completamente ajena, la voz que se busca clavar en el consciente colectivo. Porque cuando se habla de “violencia institucional” dirigida crudamente hacia los pobres, es común entender que se habla de las fuerzas de seguridad y del poder judicial. Pero además, junto con el policía, aprietan el gatillo todos los medios de la (in)comunicación.


Jonathan Lezcano fue otra víctima del gatillo fácil. Pero no es un caso más. Principalmente porque  Angélica y quienes la acompañan, desde el principio hicieron carne, la consigna que parieron: “A la justicia se la empuja con la lucha. Al miedo se lo vence todos unidos y con organización”. La causa tuvo avances por la presión que encabezó esta madraza. Lo que era una carpeta cerrada con el rótulo “Robo automotor – homicidio en defensa propia” y relataba un improbablemente heroico enfrentamiento entre el policía (¡asesino y cobarde!) Daniel Veyga y dos jóvenes supuestamente armados que querían robarle, hoy está reabierta y en investigación. El video que mencionamos anteriormente no da margen a ninguna defensa. Si Veyga sale limpio, es y será, todo impunidad policial constatada en muchisimas victimas de la Federal y sus prácticas. Veyga, el ejecutor del disparo final, ha sido citado en varias oportunidades, de las cuales no se presentó a una sola, alegando variadas y burdas excusas. El juez Facundo Cubas, responsable del sobreseimiento del asesino, del entierro de Kiki como NN y el trato brutal hacia su familia, hoy está separado de su cargo y pesa sobre él la promesa de un juicio político. 

Luego de 4 años de diversas formas de batallar contra la sordera intencional del sistema judicial y el cerco de los medios de comunicación hegemónicos, la búsqueda por verdad y justicia en el caso de Kiki está más cerca que en otros años. Sin embargo, antes de escampar recrudecen las tormentas. Hoy, en medio de los peritajes que comprometen cada vez más a la Federal, han desaparecido prendas de Jonathan, entorpeciendo la investigación en una actitud que convencería a los más escépticos de la existencia de una verdadera mafia que aquí opera. A esto se le suman unas denuncias que llevaron investigar “si en la División Asuntos Jurídicos de la Policía Federal existió una organización que manejaba los juicios contra agentes de esa fuerza de seguridad, previa aceptación de dinero en forma irregular(…) El magistrado investiga si el oficial que estaba a cargo de esa área brindaba asistencia jurídica a efectivos de la fuerza haciendo figurar casos de abusos policiales como ‘actos de servicio’”.[*]Y como ésta, otras maniobras surgieron y surgirán. De esto podemos estar seguros. De que Angélica seguirá luchando, también.

La mamá de Kiki Lezcano está siempre de un lado a otro, en cada lugar donde le den el espacio para que ella alce la voz de su hijo y de todas las victimas del gatillo fácil. Es realmente digno de experimentar, el hecho de darse coraje y escucharla en toda su potencia. Estremece y nos hace imaginar a los chacales acorralados. “Yo no tengo dudas de que los van a condenar a todos”, dice, tranquila, después de emocionar a un grupo de jóvenes estudiantes de la secundaria con su historia. Lo que queda claro es que ella seguirá de pie, firme y decidida, y con ella su familia y quienes se paran de este lado en la colosal cruzada. Mientras esa tenacidad se mantenga, la posibilidad de alcanzar la justicia seguirá viva. No nos cabe la menor duda.

Como decíamos, la vida real no es como la ficción de las novelas. En estas historias, no hay finales felices. Por un lado, porque aún consiguiendo encarcelar a los responsables materiales del crimen, la ausencia de Kiki no permite pensar en un desenlace feliz. Y por otro, porque ni Angélica ni la Agrupación Kiki Lezcano consideran que lograr justicia para este caso sea el final. Será, en todo caso, un gran paso dentro de la larga búsqueda que es seguir construyendo la vigencia de un categórico  y definitivo Nunca Más.

[*] Nota en Página 12 del 23 de Mayo de 2013