
Jonathan “Kiki” Lezcano y Ezequiel Blanco tenían 17 y 25 años. Vivían en la misma villa 20 y estaban desaparecidos desde el 8 de julio pasado. Después de sesenta días de angustia para los familiares, el martes 15 de septiembre, los jóvenes aparecieron muertos de dos disparos cada uno, en el cuello de Jonathan, y en la frente y la nuca Ezequiel: una circunstancia difícil de imaginar para un enfrentamiento. El dato fue revelado por Manuel Lezcano, el padre de Jonathan.
El mismo día que el Juzgado Criminal de
Instrucción Nº 30 (en la investigación intervino la Fiscalía Nº 44) recibió la
denuncia de los familiares por los chicos desaparecidos, al Juzgado 49 entró
una causa de dos NN de esas edades, por robo de automotor con ambas: pasaron
dos meses en los que la Justicia no hizo el más elemental cruce de datos para
identificar a Jonathan y Ezequiel. Los familiares de los jóvenes se enteraron
de la tremenda noticia por un telegrama policial. Pero no fue la primera vez
que la madre de Jonathan se topó con la inoperancia de la Justicia: Jonathan
era adicto al paco y su familia había pedido la intervención de dos juzgados
civiles de protección de adictos, que nunca atendieron el reclamo.
Hasta
ahora, lo que se sabe de las dos muertes es que un oficial de la Comisaría 12
de Caballito, Daniel Veiga, les disparó el mismo 8 de julio, en Pasaje El Zonda
y Castañares, Parque Chacabuco. Según la versión policial, Veiga habría actuado
en legítima defensa al interceptar a los chicos que, armados, intentaban robar
una camioneta.
Para el abogado de las víctimas, Juan Manuel
Combi, faltan respuestas: “Primero quiero saber qué fue lo que hicieron el
juzgado de instrucción 30 y la fiscalía 44. Parece que porque son negros y
pobres no se toman el trabajo ni de averiguar si hay una causa de desaparecidos
dando vuelta en otro juzgado. Como se trata de barrios humildes, los meten en
la bolsa y los entierran. También quiero saber si hubo realmente un
enfrentamiento, si los mataron en legítima defensa o fue lo que ocurre muchas
veces con estos pibes, que los terminaron fusilando. En el derecho penal,
cuando hay un tiro en la cabeza, es para sospechar. Los policías supuestamente
están para disuadir”, dice Combi.
La mamá de Jonathan, Angélica, cree que los culpables de la muerte de su hijo están en la comisaría 52. La leyenda del Percha, apodo que se ganó por dejar una percha en sus ejecuciones parapoliciales, es parte del álbum familiar. El 2 de febrero del 2000, su primo, Gabriel Omar “Pipi” Álvarez, también de la villa 20, se topó con el Percha a bordo de un auto que había robado. Pipi le rogó que sólo lo detuviera. Que no lo matara porque tenía una hija de dos años. Pero testigos del hecho contaron en la causa que el policía lo hizo arrodillar y le disparó en un hombro. Acto seguido, disparó en el otro hombro, luego en el pecho, e hizo un último disparo en la cabeza, dibujando una cruz con los balazos. Mientras disparaba, a los testigos les decía: “Así van a quedar si abren la boca”. Según las declaraciones, el Percha tomó fotos del cuerpo y las llevó a los domicilios de los testigos como advertencia para que no hablaran.
El policía fue sobreseído y la causa archivada a los tres días, sin dar tiempo a los familiares de presentarse como querellantes. Jonathan , que conocía la historia de su primo, habría tomado contacto con el “Indio”, un policía de la comisaría 52 que por sus prácticas ilícitas se perfilaría en Lugano como un aprendiz del Percha.
La mamá de Jonathan, Angélica, cree que los culpables de la muerte de su hijo están en la comisaría 52. La leyenda del Percha, apodo que se ganó por dejar una percha en sus ejecuciones parapoliciales, es parte del álbum familiar. El 2 de febrero del 2000, su primo, Gabriel Omar “Pipi” Álvarez, también de la villa 20, se topó con el Percha a bordo de un auto que había robado. Pipi le rogó que sólo lo detuviera. Que no lo matara porque tenía una hija de dos años. Pero testigos del hecho contaron en la causa que el policía lo hizo arrodillar y le disparó en un hombro. Acto seguido, disparó en el otro hombro, luego en el pecho, e hizo un último disparo en la cabeza, dibujando una cruz con los balazos. Mientras disparaba, a los testigos les decía: “Así van a quedar si abren la boca”. Según las declaraciones, el Percha tomó fotos del cuerpo y las llevó a los domicilios de los testigos como advertencia para que no hablaran.
El policía fue sobreseído y la causa archivada a los tres días, sin dar tiempo a los familiares de presentarse como querellantes. Jonathan , que conocía la historia de su primo, habría tomado contacto con el “Indio”, un policía de la comisaría 52 que por sus prácticas ilícitas se perfilaría en Lugano como un aprendiz del Percha.
“Mi hijo y Ezequiel habían sido amenazados el día
antes de desaparecer, el 7, por el Indio de la brigada de la 52. Les sacó
fotos. Y le dijo a Kiki: ‘Una vez sí, pero dos veces no te salvo. Yo voy a ser
tu sombra’. Al otro día los chicos subieron a un remise que los dejó a tres
cuadras del Hospital Piñero y desaparecieron.”
Angélica tiene motivos para sospechar de una conexión entre el Indio, que según fuentes de la investigación se llamaría Mario Chávez, y Veiga, el autor de los disparos.
Angélica tiene motivos para sospechar de una conexión entre el Indio, que según fuentes de la investigación se llamaría Mario Chávez, y Veiga, el autor de los disparos.
“Seis meses atrás, el Indio vino a la puerta de mi casa y nos dijo a mí y a mi hermana, en persona: ‘Tengan cuidado porque al Kiki le va a pasar algo malo. Si no soy yo va a ser otro; si no es la comisaría, son los de abajo’”, recuerda Angélica durante el entierro, y se quiebra: “Hoy mi hijo no puede hablar. No tiene voz. Me lo enterraron”.
A pocas cuadras de la casa de Jonathan, Pablo transpira. Mira a su alrededor temiendo que alguien lo escuche o lo vea hablando con Veintitrés. Se cambia de ropa, por más que en las fotos no se vea su rostro. Y se hace eco de un saber popular, que aprendió luego de haber sufrido en carne propia al Percha: “Cuando los policías tienen apodos, por algo es. Acá, en la 52, es costumbre. Son matones vestidos de civil que operan en toda la zona de Lugano. Los pueden cambiar de jurisdicciones, pero el estigma del apodo que usan los convierte en una sombra de día y de noche. Si alguna vez trabajaste para ellos, ellos siempre están detrás tuyo. El Percha estuvo imputado por encubrimiento agravado y participó en varias ejecuciones de pibes de la villa. Estaba orgulloso de eso. Todavía se da el gusto de aparecer por la feria de la villa: lo vieron el sábado pasado. La gente le tiene terror. Ahora hablan de un tal Indio. Dicen que usa los mismos métodos que usaba el Percha”.

El Percha
también fue absuelto por encubrimiento agravado en la muerte de Lucas Roldán,
el 6 de marzo del 2003, pero la decisión fue apelada y el próximo 7 de octubre
la sala tercera de la Cámara de Casación Penal debe decidir si Solares sigue gozando
de su libertad.
Los casos delictivos del accionar policial que denuncian los habitantes de la villa 20 de Lugano dejan en evidencia una práctica sistemática de cooptación de jóvenes en situación de riesgo, que son utilizados en robos y tráfico de drogas. Los que hacen su trabajo y no delatan, viven. Los que hablan o se vuelven adictos al paco, son eliminados o encarcelados mediante causas armadas. A pesar de las denuncias, el Percha y sus herederos siguen patrullando las calles del barrio.
Los casos delictivos del accionar policial que denuncian los habitantes de la villa 20 de Lugano dejan en evidencia una práctica sistemática de cooptación de jóvenes en situación de riesgo, que son utilizados en robos y tráfico de drogas. Los que hacen su trabajo y no delatan, viven. Los que hablan o se vuelven adictos al paco, son eliminados o encarcelados mediante causas armadas. A pesar de las denuncias, el Percha y sus herederos siguen patrullando las calles del barrio.